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Las horas contadas

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(el autor en La Habana)

Las horas contadas

Primer encuentro

Fidel Castro Ruz envió coche y escolta a buscarme para comparecer ante él. Eran las cuatro de la tarde de un jueves de agosto del año de gracia 2007.

Se trataba de charlar con el Comandante en Jefe, oportunidad que me proporcionó el destino la noche en que conocí a Sergio del Valle, un histórico de la revolución cubana. Fue médico de la guerrilla en Sierra Maestra, en el oriente de Cuba y recibió el título de Héroe de la República. Ha muerto ha poco, semanas después de hacerme tremendo regalo.
El libro de la vida quiso que el invierno anterior, en un club de Caracas reservado para oficiales chavistas, conociera yo, tragos de ron por medio, a un compañero de Fidel. Sergio, ya mañaneando en la cima del Monte Ávila, va y me suelta:

− Mire compadre, usted como que me cayó bien. Me dicen mis camaradas bolivarianos que usted escribe no tan mal. ¿Es correcto eso de que usted es hombre de buenas letras? ¿Quiere conocer a nuestro Comandante en Jefe?

Sus palabras eran pura electricidad. Acepté sin pararme a pensar si se trataba de una morisqueta destilada entre los efluvios del licor o si la vaina iba en serio.

De vuelta en Madrid me llaman de la embajada de Cuba al número privado de mi telefonillo celular, a fin de invitarme a cenar a la residencia del embajador. Dado que a nadie había facilitado mi número del móvil, concluí que para eso están los poderes oscuros de los servicios secretos.

El embajador-funcionario, amable y reservón, me anunció que el doctor Castro me recibiría en La Habana los días jueves y viernes 23 y 24 de agosto.

Escribí de mi puño unas letras de agradecimiento para Sergio y traté de olvidar el asunto. Obedeció la corteza frontal de mi cerebro, sede del razonamiento crítico. Pero no así el llamado eje del terror arrellanado en el sistema límbico, en donde arden de fervor la amígdala y su corteza singular anterior. En los meses previos al encuentro habanero mis sueños y pesadillas nocturnas se poblaron de barbudos en Sierra Maestra, del Ché y su imaginería e incluso del glamour gansteril de Lucky Luciano y de Meyer Lansky en La Habana de cuando Fulgencio Batista. Una noche vi a Fidel embalsamado en vida. Me dio por sonambulear con Neruda, Asturias, Rulfo, Carpentier, Paz, Jorge Amado y ¡como no! con Gabo.



(fotos del autor)

Con García Márquez no sólo hablé en estado narcótico sino también por teléfono. Actuó de alcahuete un viejo amigo casado con una bella dama colombiana, con raíces y casa palacio en Cartagena de Indias.

Gabo me trató con deferencia y me obsequió con su caliente verbosidad caribeña. Aconsejóme el maestro sobre la manera de bienllevarme con Fidel tanto en las formas, como en los fondos.

Pregunté al creador de Macondo:

− Maestro, ¿no se nos morirá el Comandante antes de nuestra charladera agosteña?

− ¡No joda doctor, no lo quieran los dioses!, contestó Gabo.

Ignoro si el de Aracataca se refería a un posible carajal a la muerte de Fidel, o si era, simplemente, el deseo de un buen amigo del fundador del castrismo.

Mi parte zen me aconsejaba no prevenir en modo alguno mi visita a Fidel. Vivir el presente y, una vez en La Habana, dejarme guiar por lo que entonces fuera presente.

Los meses siguientes anduve atento al instante que transcurría cada instante, a las yemas que se abrieron en primavera y a la brisa que doblaba los árboles e inclinaba la mies. Intenté habitar en mi vida sin atribuir mi soledad a una conspiración del universo mundo contra mí.

De cuando en cuando recibía algún recado de la embajada cubana para confirmar extremos del viaje, que pagué con cargo a puntos Iberia plus. Reservé habitación en el Hotel Nacional de La Habana, el de más sabor que he conocido. Su suelo es igualico al de la casería de Los Cipreses de Granada. El misterio se desveló cuando la historiadora que me enseñó las tripas del edificio confirmó que toda su azulejería se fabricó en Granada allá por los años veinte.

Pasé unos días a cuerpo de virrey en el cuarto 804 del Nacional. Digo yo que en mi aposentamiento en su planta más noble y codiciada algo tendría que ver el “apparátchik” del partido comunista de Cuba. Sin descartar el efecto que pudo producir el billete de veinte euros que deslicé en la mano de Lisette, agraciada señorita recepcionista.

Embajada y consulado cubanos en Madrid me advertían con insistencia que allá no se admiten tarjetas de crédito emitidas por bancos USA, que el dólar norteamericano está castigado con un impuesto elevado y que no llevase celular con GPS incorporado ni ningún otro equipo de comunicación satelital, en palabras de la Aduana General de la República. No atendí esta última recomendación pues me acababa de comprar un chisme nuevo con cámara incorporada de cinco megas que, sin comerlo ni beberlo, resultó llevaba en sus entrañas un GPS.

Durante el vuelo a La Habana fui maquinando en mi caletre si declaraba la existencia de semejante artefacto, como exige la norma local, o, me hacía el longui y que fuera lo que Dios quisiera. Nada pasó, salvo la guasa del mismísimo Comandante en Jefe cuando le conté que sus servicios de aduanas y de inteligencia no habían olido que este menda llevaba encima un trasto con GPS. Fidel dijo:

− Ustedes los gallegos sí que son…

Cosas de la dictadura y del embargo, o bloqueo, o como se llame lo que el Imperio Usa, así motejado por Fidel, aplica a la isla desde los tiempos de Maricastaña. A los que mandan en Cuba los dedos se les antojan huéspedes y ven agentes secretos y mercenarios contratados por la “gusanera” de Miami hasta en la sopa. Tampoco es manco lo de Guantánamo y la fallida invasión de Bahía de Cochinos allá por el año 1961. ¡Y la crisis de los misiles de octubre de 1962! Por cierto que mi valedor Sergio del Valle estuvo en el puesto de mando, codo con codo con Fidel, en aquellos días en que el mundo estuvo en un tris de irse al carajo.

La gran limousine negra me depositó en una hermosa quinta rodeada de un par de hectáreas con caobos y ceibones de alto copete. Soy incapaz de situar la mansión de Fidel y de estimar la distancia recorrida en nuestro trayecto. Ni siquiera aseguro que no me llevaran al estilo taxista, o sea, dando vueltas para alargar el camino y despistar al pasajero. Tampoco ayudaban los cristales tintados del cochazo y las cortinillas que me protegían de cualquier curioso y me impedían ver tres en un burro.


A la puerta me esperaba un ayudante militar color café con leche. La piel del oficial, no el uniforme, que era verde oliva. Tendí mi mano, que estrechó no sin antes cuadrarse reglamentariamente. Cruzamos porche y vestíbulo coloniales y accedimos, por una puerta disimulada en un trampantojo, a un corredor, que daba a otro corredor y luego a otro más, todos ellos forrados de caoba de la buena, no de la africana. En menos tiempo del que se tarda en llegar a las puertas letra K de la nueva terminal del aeropuerto de Barajas, estábamos en el antedespacho de otro antedespacho que, este sí, lindaba con el despacho del jefe.

Otro oficial, de mayor rango pero igual de bien plantado, me indicó amablemente que aguardara unos minutos a que el Comandante terminase de despachar no se qué vaina. Una mucama me sirvió con obsequiosidad un cafecito y un agua mineral sin gas. Concretamente Aqua Panna.
Muebles de época y Fortunys, Sorollas, Plas, Rusiñoles, Casas y esas cosas mediterráneas y luminosas colgaban de las paredes.

Siete minutos más tarde apareció un señor vestido de paisano que con suavidad vaticana me refrescó los términos convenidos para las entrevistas. Agradecí el recordatorio y también la confianza que demostraron al no cachearme. No pasé bajo ningún arco detector de metales. El paisano me explicó que el Comandante en Jefe había optado por recibirme en sus habitaciones privadas. A tal fin nos encaminamos a la otra punta de la mansión.

− Como ya usted sabe el Comandante continúa, satisfactoriamente eso sí, el proceso de recuperación de su incidente de salud y prefiere atenderle en su salita de estar.

De pronto, al pasar la decimonona puerta, atmósfera, mobiliario y decoración cambiaron de aire. Estaba entrando en una especie de casa burguesa de los años treinta, arreglada con muebles modernistas de firma. Me enamoré de una cómoda de madera de alcanforero que era una belleza.

Sentado que estuve en un sillón art-decó apareció un ama de llaves que resultó llamarse Carmiña y ser de Ourense. Carmiña no había perdido ni un matiz de su cerrado acento y me dijo con gracia que el Dr. Castro estaba terminando de acicalarse. Ofreciome otro cafecito, que rehusé por la cuestión de la tensión arterial, que a esas alturas tenía ya disparatada por el subidón de adrenalina.

En cinco minutos se me apareció Fidel en color azul purísima, embutido en chándal y deportivas marca Adidas.

− Bienvenido a casa joven. Tiene usted buenos amigos.

Saludé con llaneza y parquedad al anciano, extremadamente delgado, pálido y débil, pero ciertamente con sus pupilas como carboncillos encendidos. El ochentón estaba avellanado, pero no andaba con la barba por el suelo.

− Pregunte lo que guste. Cuento con su discreción. Gabo dice que escribe usted en buen castellano de allá y que no es periodista, cosa que se agradece. 


Reconocí al Comandante su deferencia y dejé claro que no pensaba tomar notas de nuestra charla y que si, más adelante, decidía escribir un relato, le haría llegar el texto antes de darlo a leer a persona alguna. Me interesé por su convalecencia.

− Pues mire usted gallego, voy mejorcito. He ganado peso y fuerza, pero mentiría si no le dijera que esta vaina dura más de lo que yo esperaba y conviene al pueblo cubano.

Me hubiera gustado preguntarle por la autoría de la decisión de operar sus hemorragias intestinales mediante una laparoscopia, en lugar de abrirle la barriga de cabo a rabo. Me abstuve de indagar a quien se le ocurrió llamar, para la segunda intervención, a cirujanos españoles. Elegí desflorar la charla demandando al Jefe sobre sus pensamientos al encontrarse, lúcido, ante la muerte. Fidel puso esos morritos que utiliza cuando quiere decir una pillería y soltó:

− ¡Carajo con el amigo de Gabo! No creerá usted, caballero, que un viejo marxista se va a asustar por estirar la pata una vez cumplido con su deber de buen revolucionario. Además, recuerde usted doctor que estudié con los jesuitas…

Tenía la opción de intentar sacarle punta a esta anfibológica frase, pero a ello renuncié para evitar que se le fuera la sinhueso y me soltara un rollo ortodoxo sobre el paraíso del proletariado y demás zarandajas. Preferí preguntarle por sus relaciones con la Iglesia.

− Verá usted amigo Torres, yo respeto cualquier creencia pero, como responsable político, me preocupa lo que está pasando en Estados Unidos. El imperio, que está derrotado moralmente, retrocede hacia la religión, de manos de los neoconservadores. Ya usted sabe que ahora mismito hay más telepredicadores en las cadenas americanas que nunca jamás. Los republicanos están jodiendo al planeta y ni siquiera saben cómo salir de Irak o de Afganistán lo antes posible y sin perder la cara. Las elecciones parlamentarias ya las han perdido y también perderán las presidenciales. Pero el mal está hecho. La influencia de los “neocon” está dando alas por doquier a las fuerzas de la derecha para sostener que el estado estorba. Su alianza con los poderes religiosos intenta debilitar el racionalismo ilustrado. ¡Qué razón tenía san Carlos Marx cuando tildó a la religión de opio de los pueblos! Es el retorno de los brujos. Recomiendo a usted que lea el libro del mexicano Fernando Vallejo que se llama “La puta de Babilonia” o algo asina.

Dejé respirar al Comandante pues se estaba encendiendo por momentos, no fuera a darle un patatús antes de terminar yo con un trabajo que nadie me había impuesto y que no sabía muy bien en qué consistía.

Cambio el tercio y pregunto por Europa. 


− Europa anda también medio jodida y no me refiero a Blair o al bajito del bigote, que ya están fuera del poder por sacar los pies de sus alforjas metiéndose donde nadie los llamaba, sino al meollo de la cuestión europea, que no es otro que el regreso del nacionalismo y sus utopías de identidad nacional. Mis servicios me han dicho que usted vivió en los años setenta en Venezuela, pero supongo que su cultura sigue siendo europea. ¿Usted cree que Europa va a parte alguna con las reivindicaciones nacionalistas del País Vasco, de Cataluña, de un puñado de belgas y con todo ese desafuero de los países del Este? ¿Qué jugueteo es la broma esa de los serbios y los albanokosovares? A los españoles se les llena la boca cuando hablan de la Santa Transición a la democracia. Pues yo le digo, joven, que los inventores del “café para todos” han jurungado bien a España, quizás por los siglos venideros. Para resolver dos problemas no hay que crear diecisiete. ¿Y qué piensa usted, doctor, de la Rusia actual de mi ex camarada Putin? Pasó de dirigir la KGB a mandar en una suerte de Estado fascista al servicio de las mafias. Dice Hobsbawm que Putin ha logrado que los gánsters obedezcan al estado ruso, pero creo yo que están a la recíproca. El viejo historiador hace ver que los fundamentalismos afectan a todas las religiones, incluyendo el giro del catolicismo con los últimos Papas, o el de las comunidades protestantes de Estados Unidos. La consigna es ahora evangelizar a políticos y poderosos. 




El Comandante pulsó un timbre y entró Carmiña con un yogurt natural desnatado y unas galletas maríafontaneda para Fidel. A mí me acercó una bandeja cubierta con un albo mantelillo de hilo, bordado al estilo de Camariñas, en donde reposaba una tacita de un buenísimo café y la consabida botella de agua mineral sin gas. El vaso para el agua era, bajo apuesta, de esos de cristal soplado de Mallorca.

− Usted ya ve caballero, resulta que tengo que ganar diez kilos de peso, cuando toda la vida mis médicos me recomendaban adelgazar. Para ello me quité de la vaina del cigarro habano y del roncito añejo. A propósito de cosas agradables, recuérdeme mañana que diga a mi gente que envíen a su Rey unas cajas de Cohibas y algo de ron. Me resulta mucho más fácil entenderme con el Rey que con los presidentes de gobierno que han tenido allá desde que murió Franco. Dejo aparte a Felipe, que es un tronco legal aunque metiera a España en la OTAN y en toda esa vaina del Mercado Común.

Este menda no quería mirar su reloj. Fidel no lo cargaba en su muñeca. La medida de nuestro tiempo era dada por uno de pared, cuyo carrillón anunciaba los cuartos, las medias y las horas completas. Cuando sonaron las seis de la tarde, crucé los dedos confiando en que al Comandante se le hubiera ido el santo al cielo marxista.

− Mire doctor, aunque ya pasó la hora convenida, vamos a seguir la charladera un ratico más. Europa se equivoca alineándose con el imperialismo norteamericano. En USA empieza a oler como cuando la caída del imperio romano. A podrido.

Y ahí me tienen ustedes diciéndole al derrocador de Batista que, siendo evidente que a lo largo de la Historia unos imperios suceden a otros, la caída de los gigantes lleva su tiempecito. Unos cuatro siglos en el caso de Roma.

− Olvida usted joven, que la Historia se acelera, que la globalización económica si bien es ahora capitalista, puede servir de caballo de Troya para, mutatis mutandis, expandir una economía socialista, planificada y centralizada. Recuerde, estimado doctor, que USA es el país con mayor deuda exterior desde que el mundo es mundo. Y ¿sabe usted jovencito quiénes tienen la mayoría de los bonos del tesoro USA? Pues Japón y China y el acreedor tiene guindado por las bolas al deudor. ¡Así va el dólar!

¡Ahí quería yo ver al que bajó de Sierra Maestra luciendo los soles de primavera! Le hice notar, con la corrección que me caracteriza desde que fui domesticado socialmente, que el gobierno chino está empeñado, desde hace muchos años, en una operación de abrir la economía a una especie de capitalismo de mercado, si bien manteniendo un severo control del sistema político comunista. Terminé por insinuar la posibilidad de ensayar en Cuba algo parecido, evitando así el merequeté de la antigua URSS.

Para aliviar el peso de asuntos tan enjundiosos le conté al abuelo Fidel que, en la Navidad española, la demanda china de nuestras casi extinguidas angulas hace estragos en los precios. Los chinos están dispuestos a comprarlas pagando un Perú, para echarlas en sus arrozales, donde se comen un parásito. Así salvan sus cosechas, y luego, esas angulas van y crecen y se convierten en anguilas. Entonces los chinos se las venden a los japoneses y hacen un negocio redondo. Mi cuento chino-japonés, real como la vida misma, relajó a Castro, pero poco.

− Aparte de que espero ver cómo termina el experimento chino, nuestro caso es bien diferente porque tenemos encima la sombra de la bota imperialista yanki y la gusanera de Miami ya se está repartiendo el pastel de mi isla. ¿Desea usted que vuelvan al Hotel Nacional los clanes mafiosos norteamericanos para que reconstruyan los prostíbulos y casinos de juego de la época de Batista?

Expresé al Comandante mi deseo de que los cubanos prosperen y encuentren a buenas su vía de libertad y convivencia. Me abstuve de comentar que en La Habana de hoy no habrá prostíbulos como los de antes, pero sí turismo sexual. Que está penado por una ley de dudoso cumplimiento. Porque lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Pero sí le hablé de la sangría de la emigración clandestina cubana, que actualmente se hace en barquitos que tocan tierra en Isla Mujeres, México, y luego, un pié tras otro, hasta USA.

En la cabeza tenía lo que Leonardo Padura me había dicho antier, tras la niebla de un espléndido Partagás en Le Parisien, el cabaret del hotel. Lo que más le preocupaba es que los hijos de su generación se están yendo de Cuba; que se van los mejores, los más inteligentes y los más preparados. “Dicen que son los hijos del cansancio histórico”, me repetía Padura con tristeza.

− No puedo impedir que una cuerda de vagos y maleantes se vaya a conspirar a Miami. España exportó, en los años cincuenta y sesenta, seis millones de nacionales. A Suiza, a Alemania, a Francia, a nuestra América. Y qué le voy a contar del exilio que provocó su guerra civil, que nutrió de intelectuales a las mejores universidades de América del Norte, Centro y Sur. No olvide usted que en Cuba no existe ni un solo caso de explotación laboral infantil, y que toda nuestra población está escolarizada con un nivel de educación que ya quisieran los gringos para sí. Le recuerdo que en todo el mundo hay decenas de millones de niños que son inhumanamente explotados, a veces como trabajadores de multinacionales occidentales.

¡Coño, el Comandante me lo había puesto a huevo! Pero eran las seis y media y quizás me jugaba la cháchara de mañana tarde, si le hacía ver que en España hubo un golpe de estado contra el gobierno constitucional y luego una larga dictadura, de derechas eso sí. Hubiera tenido que explicarle que no pienso elegir entre Stalin y Hitler. Que la falta de libertades engendra pobreza y emigración. Que de pequeño me negaba a contestar a la capciosa pregunta de si quería más a papá o a mamá. Digo yo si el Comandante se habrá cerciorado de que Adidas no contrate niños tailandeses o malayos.

Cambio de tercio y pregunto por su hermano Raúl.

− Raúl se está portando como un buen revolucionario. Gobierna como tiene que gobernar, y yo estoy informado de cuanto debo conocer y mando cuanto debo mandar. Y le digo más: el año que viene me vuelvo a presentar a las elecciones de mi Cuba. De mil amores. ¡Yo sí como candela! 

Obligado era quedar bien con mi amable y obcecado anfitrión de ochenta y muchos años y me salió del alma ofrecerle suspender nuestra charla hasta mañana. El viejo me miró como si yo fuera muy de casa.

− Abogado, que conste en acta que es usted quien levanta la reunión. Mañana le contaré una cosa bien sabrosa que no he revelado a nadie, ni siquiera a Raúl. Y menos a Oliver Stone o a Michael Moore. Pura Historia, y de la grande. Escuche amigo, quiero decir una última palabra sobre la emigración de los pobres para vender su mano de obra allá donde habitan los plutócratas. Por las claras diré que el colmo de los colmos es que ahora resulta que esa masa laboral que se desplaza se ha convertido en la piedra angular del crecimiento de la economía capitalista. Tome nota joven: la Western Union, la gran intermediaria gringa que monopoliza el negocio de las transferencias de las remesas de dinero de los emigrantes hacia sus familias y países de origen, tiene en todo el mundo cinco veces más sucursales que MacDonald’s, Starbucks, Burger King y Wal-Mart juntas. Los emigrantes, explotados vilmente hasta las cachas, envían a sus casas, todo ajuntado, más del triple del dinero total que los países ricos dedican a la mal llamada ayuda exterior.

El Comandante me tocó en el antebrazo con la clásica e higiénica palmadita caribeña y me aconsejó que subiera de atardecida al castillo de San Carlos a contemplar la ceremonia que rememora el cambio de guardia de cuando reinaba Carolo.


Salí del casoplón por otros vericuetos y corredores y patios distintos de los que recorrí a la entrada, fuera por cuestiones de seguridad o de comodidad de los ayudantes civiles y militares que me acompañaban. Chófer y escolta me depositaron en el hotel. Me aticé una exquisita cena a base de pargo asado, salmonetes a la parrilla y un vino catalán que no era del Priorato, pero que se dejaba beber. Cenado me hube, me aposenté en un zaguán igualico al de mi llorada casería a escuchar la música en vivo del grupo Reflexión, cuyo bajista es un entusiasta de Móstoles. El ron de cada noche era un Portosanto de Baracoa elaborado en el 490 aniversario de la Ciudad Primada de Cuba.

Un día digo a una de las mulaticas que arreglaban las habitaciones, llamada Odalis, si puede ocuparse de la mía con cierta premura.

− ¡Cómo no mi vida! me contesta.

Como se pongan así estas chiquitas, ya de por sí un poco sateras, igual voy y me quedo en Cuba, me dije para mis adentros. ¡Ay yayayayay con Yleana, Yamil, Broselianda y Zulay!

Otra mañanita oí que las chicas cuchicheaban.

− Mira Roxana, ¿quién arregla hoy el cuarto de ese doctor tan limpico de la 804?

La encargada de la tienda de artesanía, mi prima Niurka Rojas, gastaba un habla melosa y precisa. Cuando compré una guayabera en su comercio, que en realidad no era suyo, sino del Estado cubano, habló de que no me veía como persona alcucera. Recordé que en Andalucía una alcuza es una aceitera. Aún hoy, por aquellas tierras y también por los campos extremeños se dice de alguien que es alcucero, no porque venda aceite en alcuzas, que de eso se encargan los carrefoures de turno, sino por ser persona cotilla o chismosa.

La doctora que lleva los servicios médicos del hotel me toma la tensión con mimo, después de regalarme veinte minuticos de charla. ¡Con razón me salía bien el examen cuasi diario! Me recomienda que no se me ocurra tomar agua mineral con gas. ¡No entiendo porqué ningún médico compatriota me ha advertido nunca de semejante cosa! Para irritaciones cutáneas me aconseja la doctora preparar una infusión con hojas de guayaba y con su torunda correspondiente secar la piel.

Me acuesto temprano. No estoy dispuesto a ver ningún canal de televisión en chino sea mandarín, tonquinés o de Nanking. Igual me da, que me da lo mismo.


(continuará...)

Rotas las alas del alma de pájaro

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( foto Ruth Bernhad )

...Rotas las alas del miedo.
En manadas. Oprimida
por las paredes del viento.

( Domingo López Torres 1932 )




( fotos de Masao Yamamoto )

Cuando más alto se vuela, es en esa oscura noche del alma donde nos es dada la certeza de que ya no podremos nunca volar. Me vuelvo pequeña con este diminuto pájaro caído del nido en mi jardín, cuyo único alimento es el calor y el pan de mi mano, las alas rotas, esperando cielos más altos, más azules, más serenos.

Hermanos él y yo esta noche y todas las noches. En soledad vivía, y en soledad ha puesto, como yo, su nido...

( Texto obra y gracia de Bernalda de Quirós quien, con su natural elegancia, lo ha dejado caer como comentario a "Rotas las alas" )

Neo-capitalismo salvaje y sucio

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(Tomé la foto en las sucias calles de mi barrio)

Si el escobón del salvaje neo-capitalismo liberal está barriendo de su lugar al sol a las clases medias y obreras de nuestro país ¿sería mucho pedir que los ejecutores de tan fulminante designio limpiaran la mierda que inunda las calles de Madrid?

Palmera

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(foto tomada por mí)

¡Infancia! ¡Campo verde, campanario, palmera,
Mirador de colores: sol, vaga mariposa
Que colgabas a la tarde de primavera,
En el cenit azul, una caricia rosa!

Juan Ramón Jiménez
Elejías

El ratón que se comía mi jabón

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Érase que se era un ratón de campo que se comía mi jabón.

Hace mucho tiempo era costumbre, en años de magra cosecha, aprovechar el aceite de oliva inservible para elaborar jabón.

Removíase la mezcla en grandes barreños de cerámica vidriada. Añadíase aceite de laurel y otro ingrediente que no recuerdo ahora, quizás glicerina. Batíase con palos largos de madera de avellano y la fuerza de los labriegos brazos. Y, ¡oh milagro!, ya estaba saponificado el aceite.

El mejunje se trasvasaba a cajones de madera, que eran apilados y puestos a desecar en las naves donde se entrojaba el grano. Cuando endurecía del todo era cortado con serruchos, primero en barras largadas y luego en tacos. Era un jabón muy bueno y sano. 

Una mañanita de verano, al asearme en mi tocador con aguamanos de jofaina y palangana de porcelana, advertí en mi mendrugo de jabón huellitas de uñas y roeduras de dientecillos. Y así día a día y noche a noche de un estío calefaciente.

Tracé un plan, que ejecuté en la alta noche de la luna llena de agosto mientras velaba quieto y a oscuras. Sonar las dos en el reloj del salón y oír que el ratoncillo roía en mi jabonera fue todo uno. Era rabilargo y morripelúo. Preciosísimo. Le dejé hacer sin moverme. También los ratoncillos son hijos de los dioses.

Tardé en dormirme y lo hice pensando en que apenas sí faltaba un rato para la llegada del agua por la gran acequia, pues aquella amanecida era nuestro turno de riego. El capataz me despertó a las seis y media con la contraseña convenida. Tres pedrejones contra mi balcón.


A la noche siguiente corté a navaja el jabón de aceite en dos cachos parejos. Uno para el ratoncillo y otro para mí, que guardé en la mesilla de noche, con el orinal, la linterna, un ovillo de hilo de bramante, el libro de las aventuras de Guillermo Brown de la editorial Molino y... una foto de Silvana Mangano en “Arroz amargo”, recortada de la revista Fotogramas. El animalico mordedor entendió mi propuesta. Él no debía comerse mi pedazo ni yo lavotearme con su trozo. Ambos cumplimos como caballeros.


Llegado que fue el tiempo de volver al colegio, bien pasado el veranillo del membrillo, el ratón estaba tan cachigordete que se le juntaban las mantecas. Yo estaba flaco como siempre, tostado y vivo. Triste por la vuelta a la capital, más contento con mi secretillo.

La saliva es tu amiga

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                                                               (foto tomada por mí)

La “epidemia de alergias” de las últimas décadas ha triplicado el número de personas que sufren intolerancias alimentarias, alergias o asmas.

Alrededor de uno de cada trece niños norteamericanos es intolerante a la leche o a los cacahuetes. Los científicos creen que es bueno exponer a temprana edad a los niños a los gérmenes.

Un estudio sueco recomienda que los padres limpien los chupetes de de sus bebés lamiéndolos.

Joel Berg, presidente de la Academia Estadounidense de Odontología Pediátrica, asegura que los hallazgos respaldan lo que lleva años explicando a sus pacientes: “La saliva es tu amiga”. Contiene enzimas, proteínas, electrolitos y otras sustancias beneficiosas, algunas de las cuales pueden transmitirse de padres a hijos.

 Estudio publicado en el The New York Times, International Weekly, el jueves 28 de noviembre de 2013.

Por mi parte, ante la evidencia científica, solamente me queda añadir que me presto voluntario para ser inoculado salivarmente por Emily di Donato o cualesquiera otra mujer donante de parecidas características morfológicas.

Di Donato

ESCRITURA Y LITERATURA

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(foto del autor)

"La literatura se compone de un ochenta por ciento de exhibicionismo
y de un veinte por ciento de relleno"
 (Sandor MÁRAI)

En tiempos del ilustre suicida magiar los libros se componían de papel y de palabras, bien o mal ensambladas.
A partir de hace no mucho, la escritura se compone, tan solo, de palabras. El papel es un lujo arboricida. La literatura está en la nube. En las nubes de un limbo que ya no existe. Como la mula y el buey. Como el incipiente y hoy maltrecho Estado del Bienestar. Como yo mismo.

Hazañas en grupo: Gobierno del Reino de España.

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(foto del autor)

Los miembros y “miembras” del actual Gobierno español pronto figurarán en el Guinness World Records en su sección de “hazañas en grupo”. Como dijo una conocida y convencida feminista “tener ovarios no hace a nadie más competente en el trabajo”. Añadiré que tampoco lo hace la circunstancia de tener testículos. Wert es un buen ejemplo.


La Alcaldesa de Madrid es perfecta como paradigma de la incompetencia. Y de la estulticia: el otro día declaró, en medio de la basura que infectaba a nuestra Villa y Corte, que la reforma laboral de los populistas peperos ha sido “el mayor progreso de la Historia de la Humanidad”.

ESCRIBO A SOLAS

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Solo, entero, quieto y mudo, escribo palabras.
Cierta tradición oriental favorece el abandono
de la vida convencional al llegar a la madurez,
después de haber cumplido, de una u otra manera,
con los deberes de familia y ciudadanía.
¡Rincón de mis nostalgias!

Mi ovejita Guillermina

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(Guillermina, antes de ser adoptada por mí; foto del autor)


Aquella Navidad, o la siguiente, me empeñé en subir a casa una ovejita viva. Para que viese un belén instalado en todo su esplendor. Pensaba yo que a la oveja bebé le gustaría conocer los campos de Galilea, de Samaria y de Judea, representados en época en que no daban tanto el coñazo los palestinos y los israelitas como lo hacen ahora. Esto último no es tan así, porque años más tarde, cuando me dedicaba a espiar para el Mossad, me enteré de que ya por entonces andaban tirándose unos y otros de los pelos, pero yo a la sazón no lo sabía. Si lo hubiera barruntado, me hubiera hecho el longui y localizado los exteriores del nacimiento en Murcia, que es región bien hermosa y tiene de todo. Montañas altas, desiertos bravos, huerta exhuberante y un mar de miniatura, cual menuda alga brillante y plateada de sal.

Nuestro castillo de Herodes era un puro despropósito, porque mi hermana pequeña se empeñó en poner uno tan grande que deshacía toda la armonía y proporciones del conjunto. A mí me parecía una burrada dar tanto protagonismo a un señor malafollá, que había mandado degollar a no sé cuántos niños santos e inocentes. Nunca entendí qué narices tienen que ver los artículos de broma que ahora venden los chinos del todo a cien, con la conmemoración del holocausto de esos niños inocentes.

La ovejita lucera tenía carita de azucena y provenía de un rebaño que pasaba por nuestra calle de cuando en cuando porque mi querida calle era, y sigue siendo, una cañada o servidumbre de paso para ganado. Recolecté de entre los hermanos veinticinco pesetas, que cambié a Casilda la panadera para juntarlas en un hermoso billetito de los de color morado. Esperé a que pasara el rebaño, que lo hacía todos los jueves, y metí al pastor en su zurrón la tela marinera del ala y ¡hala! para mí la ovejita.





Monté al corderito en mis hombros y trepé por la escalera de servicio, pues me dio por recelar si, en el montacargas, no se me marearía la criatura. Soy muy considerado con la cosa de los mareos por padecer de ellos, tanto en coche, como en tranvía, avión o tren. Tengo el mal de mar hasta en la bañera, cuando me capuzo para enjuagarme el pelo, que en aquellos heroicos tiempos lavaba con champú de brea de marca Sindo. Era un mejunje laborioso de aplicar tanto por ir en unos sobrecitos que debían ser cortados por los extremos, como por picar en los ojos más que enchilada en la mucosa gástrica.La ovejita se aclimató bien a la casa y gustaba de mirar conmigo el belencico, aunque prefería mamar de la tetina de unos riquísimos biberones que yo le preparaba, a base de Pelargón y leche de la Granja Poch. Para mí que el animalillo creía que yo era su mamá, sobre todo porque le metía a dormir conmigo debajo de las sábanas y me bañaba con él en la bañera grande, para no desperdiciar el agua caliente, que entonces era un bien muy preciado por escaso.

Me gustaba cuando balaba la ovejita ¡¡beeee!! y yo le contestaba ¡¡baaa!! En suma, lo que pudiéramos considerar como una inteligente conversación. Me sabía a musiquilla celestial ese dulce balar. Todavía lo echo de menos. Mi ovejita y yo éramos niños limpios que olíamos a rosas del campo. Su lanilla era más suave que el vello de una cabra de Cachemira.

Oía yo rezongar al cuerpo de casa sobre mis costumbres y aficiones, murmullos que arreciaban cuando la oveja dejaba sus cagarrutas en el pasillo o donde le diera la real gana. El mayor disgusto de mi infantil infancia me lo propinó mi padre cuando decidió, en la octava de Reyes, que ya estaba bien de contemplaciones y de pamplinas y que la oveja fuera enviada por Auto Transportes Andalucía al convento de las monjas clarisas capuchinas de San Antón, en Granada capital. ¡A saber en qué asiento me la acomodaron para aquel viaje sin retorno! ¡Probetica!

Llegado que fue el verano siguiente, nada más desembarcar en Los Cipreses, decidí ir a casa de las monjitas por abrazar a mi lucerita, a quien había puesto de nombre Guillermo, por cariño al proscrito personaje de Richmal Crompton. Infeliz de mí, no daba importancia a los caracteres diferenciales de una oveja macho respecto de los de una hembra y parece que en mi casa tampoco eran duchos en ese arte. Oséase, que podía ser Guillermina. Ya he contado que en mi familia las cosas del sexo no se explicaban porque eran pecado. Y los pecados no tienen explicación, teologías aparte.

Con la tata Mariana agarré un tranvía en la parada del Cerrillo de Maracena y, después de trasbordar en la avenida de Calvo Sotelo, me plantifiqué en la calle Recogidas para dar un beso en los morros a mi Guillermina. Con la recta intención, eso sí, de preguntar luego por tía Emilia.


Esto último me daba cierta fatiga porque, como era monja de clausura, de las fetén, las visitas se perpetraban en una salita encalada, donde había una oquedad guarnecida con tres o cuatro barreras de rejas, la última de las cuales, esto es, la más cercana al visitante, tenía unos pinchos de tamaño natural. No estoy tuerto hoy en día porque, prudente de mí, cubría con un pañuelo de hilo egipcio el pincho más cercano al ojo que mantenía abierto. El otro ojo quedaba cerrado y sin luz hasta bien terminada la visita.

Sale mejor comprometer un cincuenta por ciento de tus capacidades, antes bien que el cien por cien. Mi tía era bajita, es decir, enana, lo que dificultaba aún más su reconocimiento sin ningún sistema de ayuda técnica para la navegación. Sor Emilia debía tener su guasa, pues una tarde, entre un ora pro nobis y un miserere nobis, preguntó a mi madre si yo era tuerto de nacimiento o sobrevenido.

Hoy es el día, decenios después de aquel asesinato, en que no he conseguido que nadie de la familia cante la gallina. Digo yo si será cosa de la ley de la “omertá”, como en la mafia. Pero a mí nadie me la da con queso, pues sé muy bien cuántas púas tiene un peine. Sostengo que la oveja fue engordada por las monjitas, quienes se la jamaron tal que el día del santo de la madre abadesa. Si alguien tiene prueba en contrario, que la aporte ahora o calle para siempre. ¡Anda que no le dieron matarile!


Malos pasos

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Un oficinista anduvo en malos pasos y se enredó en amoríos con una chica de alterne. Se llamaba Fructuoso y perdió familia y empleo además de sus ahorrillos.



Una madrugada despertó conturbado y, al tacto, notó que la moza de fortuna no estaba en la cama. Se levantó y leyó en el espejo, escrita con pintalabios y letra infantil de suripanta del pueblo, esta despedida: «Bienvenido al club del sida».



El cagatintas no tuvo valor para hacerse los análisis, pero sí para tirarse por la ventana del apartamento. Cayó en flor y se quedó como un pajarito.

Hugo Chávez: el culto a los muertos

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( capítulo primero )

A las siete y media en punto me avisan de conserjería. En el lobby del hotel aguarda mi asistente militar. En el trayecto hacia La Casona pregunto al comandante si me recomienda evitar algún tema de conversación.

- No. Ya usted sabe que Hugo Chávez se faja con el más guapo. Quizás sea conveniente, doctor, que no toque usted la vaina de mis Venezuela.
Tomo nota y me animo a formular la misma cuestión en positivo.

- ¿Asuntos que son del agrado del ciudadano emperador?

El oficial me indica que Chávez, al día de hoy, se interesa vivamente por la farmacopornografía como motor del mercado en la economía capitalista de este siglo. Búster Keaton y yo primos hermanos. Me quedo con gana de preguntarle a mi amabilísimo acompañante si sabe dónde se encuentra mi gato.

Recorro las preciosas galerías coloniales de la residencia oficial del número uno de la república venezolana. No aprecio cambio alguno respecto de la que frecuenté en tiempos de Carlos Andrés Pérez, Herrera Campíns y Rafael Caldera. Reveo con placer los óleos del maestro Armando Reverón. Envuelto en la niebla del pasado, no espabilo hasta que me estremece el abrazo de oso que me propina el compañero Chávez. Acabo de perder la única preocupación que sentía. Modo y manera de saludar a un emperador presidente de república bolivariana.

- ¡Cónchales! ¡Qué bien luces después de tanto tiempo! ¿Dónde fue que tú te metiste mi compay?



( capítulo segundo )

Si le digo a Hugo Chávez Frías que no tengo ni puñetera idea de dónde vengo ni a dónde voy igual le chafo la cena. Como es seguro que mi comandante le ha pasado una notita con mi descubrimiento, eso si, por error, de un método para recobrar la memoria, insisto en esa versión y le comento, en contra de la evidencia, que le veo más delgado que antes.


Chávez se interesa por mis experimentos en Ontario pues se reconoce, modestamente, como hombre que, además de hablar bien y saber escribir a máquina, protege a las ciencias en general, y a la neurocirugía en particular. Se ilusiona con la idea de llevarme un día de estos a la clínica La Floresta para que vea los ensayos clínicos que unos médicos cubanos, de los muchos que quedaron por estos pagos, huérfanos de Fidel, están haciendo con guerrilleros colombianos de las FARC; la idea es mejorar su carácter para que no se tomen las cosas tan a pecho. A base de implantar microchips en sus cerebros.

Digo a Hugo que tengo un amigo psiquiatra dedicado a la patología dual y que está contento con los resultados clínicos que obtiene con los deportistas de élite a base del zolpidén. Omití decirle que el zolpidén, según la dosis y la sustancia que acompañe su ingesta, produce al día siguiente una amnesia de padre y muy señor mío.

Nos acomodan para cenar en un precioso porche lleno de orquídeas de mil clases. La mesa está bien vestida con cubertería de plata vermeille. De guante blanco y calzón corto, nos sirven una cremita helada de espuma de auyama. Chávez, bendice la mesa así: “vamos a pedirle a Dios por la Patria Nueva”. Inefable.

Repuesto de la sorpresa, me hago cruces. Reconozco y degusto un sabroso lebranche cachicameado, seguido de unas virutas de muchacho al limón verde sobre un lecho de papitas nuevas, chayotas, cebollitas colorás y su poquito de yuca andina. De postre, la mejor torta de jojoto que nunca comí, que en el paladar me da que lleva su miajita de batata morá. Como vino, después de probar un delicioso sauterne, dimos cuenta de un chablis pouilly fussé en su punto, que antecedió a un viejo Vega-Sicilia que ya lo quisiera yo para los días de fiesta mayor.

Encontré a Chávez gracioso como siempre y más calmo que nunca. Apenas si cargó contra Estados Unidos mientras elogiaba continuamente a Don Felipe VI y a la astucia que ha demostrado poniéndose al frente de la tercera república española. Incluso me llegó a confesar que de ahí le vino la idea de que el parlamento venezolano le proclamara emperador.

- ¡Coño Hugo! ¿por qué no te quedaste en rey?

En una pura risotada, Chávez me dice:

- Te hago el cuento corto. Efectivamente mi primera idea era limitarme a ser rey. Sin embargo, me acordé de lo que me pasó con el papá de Don Felipe en la cumbre de Chile, cuando me mandó callar. Con el corazón en la mano, te digo que a mí no me importó tanto el bufido de Juan Carlos, como que no lo acompañara de un guiño entre amigos, para que los otros colegas se dieran cuenta de que él y yo éramos panas. Antes de entrar a la sala de reuniones había bromeado con Juan Carlos poniéndome a la orden de mi majestad. ¡A ver si ahora un rey se atreve a mandar callar a un emperador!

(continuará...)
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La noche es griega

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Primera parte

Vuelo IB-3882

Vuelvo al lápiz y papel. Escribo en el avión que me lleva a Atenas. Atracaré a las mil y monas, pues a la horita del acostumbrado retraso, debo sumar otra más por el local time de Atenas.

Manduco en la aeronave mi magra y sosa comida de dieta y me echo al coleto la botellita de aceite de oliva virgen extra Carbonell que me dona Iberia. ¡Gracias! Son 20 mililitros de aceite y no quiero desperdiciarlos chorreteando el plato. Para que se lo beba el lavavajillas, me lo trinco yo hocico abajo.


El periódico de a bordo me cuenta que en Venezia hay un “psicópata cultural” que da martillazos a obras de arte hasta donde su brazo alcanza. Parece ser que el muy cabronazo elige bien y sabe mucho de escrituras sagradas. “Ataque a martillazos contra Venecia” intitula así El País. Hombre, tampoco conviene exagerar, que dijo Sara Montiel. La policía cree que es un hombre alto, porque un señor bajito no podría golpear con comodidad hasta donde el vándalo lo hizo. ¿Y si se sube a la chepa de un colega? ¿Y si lleva una escalera plegable de IKEA?

Mañana tengo cita con mi amigo Demetrios Mantzounis. Nos mandamos mensajes electrónicos cada uno en nuestra lengua. Me divierte intentar descifrar el griego moderno, que del clásico me acuerdo bastante, puesto que, en el antiguo bachillerato de letras, me estudié tres cursos completos de griego con los libros del sabio Adrados.

Volamos al 78 por ciento de la velocidad del sonido. Son 2.500 kilómetros los que separan Madrid de Atenas y gastaremos 9.500 kilos de combustible, dice el Sr. Comandante de la nave. Madrid-Valencia-Palma-Cerdeña-Crotone-Keffallinia-Agrinion-Atenas. A treinta mil pies de altura.

Luna casi llena sobre las nubes. El tinto Beronia crianza 2001 no está mal. El “joróscopo” de hoy me vaticina “mal talante”. ¿Qué puedo hacer contra la conjunción astral? Los cefalópodos -del griego kefalí, cabeza y podós, pie-, son los invertebrados más inteligentes y grandes que se conocen. Lo dice el director de los museos científicos de A Coruña en el periódico que me estoy aprendiendo de memoria.


Se me olvidó que me olvidé contar el quilombo acontecido antes del despegue. Al subir al avión, sentado ya en mi “seat”, se armó una buena zaragata, muy bien manejada, por cierto, por la sobrecargo de Iberia. Una señora, bien entrada en carnes, intenta subir a bordo un chisme de gran volumen. La aeromoza explica cortés, fría y metódicamente que el bulto no cabe en los compartimentos. La excesiva pasajera dice que es una nevera con ¡órganos vivos! ¡Conmoción! Examen de documentos. De órganos, “nasti”, que diría un chuleta. Se trata, finalmente, de una nevera con medicinas. Paso libre a la gorda y a sus legales drogas, que se aleja maldiciendo por el pasillo: “que no se vea usted en situación como la mía...”.

Recuerdo que, de muchacho, me impresionó la malaventura que oí en mi barrio de boca de una gitana. La nieta de los faraones gritaba a un payo: “mal de ojo te dé Lucifer y así revientes como un sapo...”.

Llevo casi tres horas en el avión. ¡Qué “hartura”! En el video de a bordo sale un documental sobre La Habana. Mi abuelo Valeriano trajo de la guerra de Cuba “las fiebres”, que al fin y a la postre le mataron. Sería la fiebre amarilla, digo yo. Quiero volver a Cuba. ¡Mi Cuba es un bello jardín!

La mitad del pasaje ha volado en una pura dormidera. Yo estoy ahora mucho más despierto que lo estaré mañana a la hora de levantarme. La señora de mi lado tenía el pelo cardado y roncaba como un Messerschmitt.



ZZZZZ... ZZZZZ...


Segunda parte

Hilton Athens

Escribo mientras ceno en el jardín del hotel Hilton Athens. El restaurante se llama “Milos estiatorio” y me lo ha recomendado mi amigo Demetrios, que es un tío cabal. En la mañana fui a su despacho en el Alpha Bank y me colmó de regalitos olímpicos y atenciones.

Como quiera que la policía ateniense está de huelga, y el tráfico griego de mírame y no me toques, me acerca al hotel un mecánico del banco a caballo de una moto BMW más grande que el caballo de Troya. Me enlacé con tenacidad al jinete bancario porque, siendo ésta la tercera vez en mi vida que subía de paquete en una moto, no quería caer por tierra, como acaeció en las dos anteriores.
Un servidor, en su inocente desconocimiento de las leyes de la física, pensaba que el cometido del paquete era volcarse hacia el lado contrario al que se inclinaba el piloto, por la cosa de compensar las fuerzas centrífuga y centrípeta. Resultado: cuerpos a tierra, rodillas y codos escoriados y la promesa de no subir más nunca a un artefacto con motor y dos ruedas..


Noche griega. El camarero, en un castellano potable, me dice que aprendió nuestra lengua en la cama, con una argentina. Le digo que es el sistema más grato y económico. Se queda pensativo. Luego, estrechado a preguntas, el mozo de comedor, bien plantado y guapito de cara, me confiesa que también aprendió así el francés y el alemán y el inglés; y nosotros, en España, sin hablar de verdad ninguna lengua viva.

Se oyen gritos atenienses. En este preciso momento Grecia se juega su pase a la final de la Eurocopa. ¡Allez la Grèce! La camarera greca me dice que su corazón late por el match de fútbol. ¡Qué desperdicio! El camarero, medio macarra él, me cuenta que ha dejado a la argentina por una yankee, que fue modelo y está muy buena pero “…que no tiene comunicación con ella después del acto…” Se van mañana a San Francisco. ¡Que Dios les bendiga y se apiade de él!

Ella no me preocupa. Primero, porque no la conozco y segundo, porque se lleva a su apolo a su tierra.Más tiran dos tetas que dos carretas.
Un ciprés oculta el plenilunio. O ella, mi Afrodita, se esconde tras el enhiesto árbol. Me obsequian con un vino dolcetto de Samos. ¡Qué agradable! Es de uva pasa, pero blanco. Subo al “penthouse bar” a rematar la noche. «Con un café con leche y una ensaimada, rematas una noche de cabaret» reza el tango.

En el ático ateniense la copa no es simétrica. El borde el vaso es más alto por un lado que por el otro. Amplifica así los efectos etílicos. Camareros no hay. Están viendo el partido en minimalistas aparatos de TV: 0-0. ¡Allez la Grèce! Viene la prórroga: ¡Sait´on jamais!

El taoísmo sabe que la embriaguez te hace lúcido, libre, sin peso. En China el vino es elixir de la inmortalidad. Un filósofo Zen escribió sobre la resaca. «Te parece que no te encuentras bien. Tienes la mente llena de “malas hierbas”. Si consigues no combatirlas ellas también pueden enriquecer tu camino hacia la luz».

Para mí que ese buen hombre quiso decir, traducido al lenguaje del funesto Occidente, que lo peor de la resaca no es la molestia física, sino la puñetera culpa. En resumen: cantidades industriales de té verde y de agua con limón y…buscar el lado espiritual del hecho de sentirte hecho unos zorros.
Me levanté de los manteles consolado y confortado. La luna griega es casi tan rotunda como en Murcia. El poderoso influjo de Afrodita marca un gol del equipo de Grecia. El delirium tremens. Cohetes, bocinazos y abrazos colectivos.

Me recojo en mi habitación, la 1006, y cierro puertas y compuertas. El sueño es una rosa, dicen en Persia. Si alguna de las mozas griegas quiere algo de mí, tienen la llave maestra.


A la siguiente mañana, instalado en el “main lobby” del Hilton Athens, bebo té verde y natural mineral water. En una hora marcharé al aeropuerto que se llama ahora “El. Venizelos”.

La comida de trabajo de ayer se celebró en un comedor del hotel llamado Thalia. «Estas que me dictó rimas sonoras, culta sí aunque bucólica Thalía…». Cito de memoria. Par coeur. Mis colegas no sabían de la función protectora e inspiradora de la diosa griega sobre la poesía. Vamos, que ni puñetera idea sobre quién era Thalía.

Las griegas han mejorado y muy mucho. Se ven hembras guapas por la calle. Antes, no. El hotel es fantástico. Servicio y cocina también. ¿Alguien da más? Si me pierdo en Atenas, me buscáis en el Hilton.

En consciente homenaje a mis contradicciones, acabo de cometer el acto más raro de mi vida. Siempre refunfuño de la manía de comprar posters en los viajes. Pues bien, acabo de comprar uno, con su canuto de cartón incluido. Mi antiguo reproche viene de que un poster abulta mucho y es incómodo de transportar. Pues aquí me tienen, con un pedazo de póster/canuto que no se lo salta un galgo. Ya encontraré una pared que lo sostenga con dignidad. ¡Anda que no!

LA NOCHE ES GRIEGA II

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Segunda parte

Hilton Athens

Escribo mientras ceno en el jardín del hotel Hilton Athens. El restaurante se llama “Milos estiatorio” y me lo ha recomendado mi amigo Demetrios, que es un tío cabal. En la mañana fui a su despacho en el Alpha Bank y me colmó de regalitos olímpicos y atenciones.

Como quiera que la policía ateniense está de huelga, y el tráfico griego de mírame y no me toques, me acerca al hotel un mecánico del banco a caballo de una moto BMW más grande que el caballo de Troya. Me enlacé con tenacidad al jinete bancario porque, siendo ésta la tercera vez en mi vida que subía de paquete en una moto, no quería caer por tierra, como acaeció en las dos anteriores.
Un servidor, en su inocente desconocimiento de las leyes de la física, pensaba que el cometido del paquete era volcarse hacia el lado contrario al que se inclinaba el piloto, por la cosa de compensar las fuerzas centrífuga y centrípeta. Resultado: cuerpos a tierra, rodillas y codos escoriados y la promesa de no subir más nunca a un artefacto con motor y dos ruedas..


Noche griega. El camarero, en un castellano potable, me dice que aprendió nuestra lengua en la cama, con una argentina. Le digo que es el sistema más grato y económico. Se queda pensativo. Luego, estrechado a preguntas, el mozo de comedor, bien plantado y guapito de cara, me confiesa que también aprendió así el francés y el alemán y el inglés; y nosotros, en España, sin hablar de verdad ninguna lengua viva.

Se oyen gritos atenienses. En este preciso momento Grecia se juega su pase a la final de la Eurocopa. ¡Allez la Grèce! La camarera greca me dice que su corazón late por el match de fútbol. ¡Qué desperdicio! El camarero, medio macarra él, me cuenta que ha dejado a la argentina por una yankee, que fue modelo y está muy buena pero “…que no tiene comunicación con ella después del acto…” Se van mañana a San Francisco. ¡Que Dios les bendiga y se apiade de él!

Ella no me preocupa. Primero, porque no la conozco y segundo, porque se lleva a su apolo a su tierra.Más tiran dos tetas que dos carretas.
Un ciprés oculta el plenilunio. O ella, mi Afrodita, se esconde tras el enhiesto árbol. Me obsequian con un vino dolcetto de Samos. ¡Qué agradable! Es de uva pasa, pero blanco. Subo al “penthouse bar” a rematar la noche. «Con un café con leche y una ensaimada, rematas una noche de cabaret» reza el tango.

En el ático ateniense la copa no es simétrica. El borde el vaso es más alto por un lado que por el otro. Amplifica así los efectos etílicos. Camareros no hay. Están viendo el partido en minimalistas aparatos de TV: 0-0. ¡Allez la Grèce! Viene la prórroga: ¡Sait-on jamais!

El taoísmo sabe que la embriaguez te hace lúcido, libre, sin peso. En China el vino es elixir de la inmortalidad. Un filósofo Zen escribió sobre la resaca. «Te parece que no te encuentras bien. Tienes la mente llena de “malas hierbas”. Si consigues no combatirlas ellas también pueden enriquecer tu camino hacia la luz».

Para mí que ese buen hombre quiso decir, traducido al lenguaje del funesto Occidente, que lo peor de la resaca no es la molestia física, sino la puñetera culpa. En resumen: cantidades industriales de té verde y de agua con limón y…buscar el lado espiritual del hecho de sentirte hecho unos zorros.
Me levanté de los manteles consolado y confortado. La luna griega es casi tan rotunda como en Murcia. El poderoso influjo de Afrodita marca un gol del equipo de Grecia. El delirium tremens. Cohetes, bocinazos y abrazos colectivos.

Me recojo en mi habitación, la 1006, y cierro puertas y compuertas. El sueño es una rosa, dicen en Persia. Si alguna de las mozas griegas quiere algo de mí, tienen la llave maestra.


A la siguiente mañana, instalado en el “main lobby” del Hilton Athens, bebo té verde y natural mineral water. En una hora marcharé al aeropuerto que se llama ahora “El. Venizelos”.

La comida de trabajo de ayer se celebró en un comedor del hotel llamado Thalia. «Estas que me dictó rimas sonoras, culta sí aunque bucólica Thalía…». Cito de memoria. Par coeur. Mis colegas no sabían de la función protectora e inspiradora de la diosa griega sobre la poesía. Vamos, que ni puñetera idea sobre quién era Thalía.

Las griegas han mejorado y muy mucho. Se ven hembras guapas por la calle. Antes, no. El hotel es fantástico. Servicio y cocina también. ¿Alguien da más? Si me pierdo en Atenas, me buscáis en el Hilton.

En consciente homenaje a mis contradicciones, acabo de cometer el acto más raro de mi vida. Siempre refunfuño de la manía de comprar posters en los viajes. Pues bien, acabo de comprar uno, con su canuto de cartón incluido. Mi antiguo reproche viene de que un poster abulta mucho y es incómodo de transportar. Pues aquí me tienen, con un pedazo de póster/canuto que no se lo salta un galgo. Ya encontraré una pared que lo sostenga con dignidad. ¡Anda que no!

¡VINISTE!

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( foto Sougez )

Viniste, hiciste bien, te anhelaba a mi lado,
a ti, que enfriaste mi corazón ardiente de deseo.
Amor ha sacudido mis sentidos,
como el viento que arremete en el monte a las encinas.

Safo de Mitilene(600 a. C.)

Castellanismo necesario y antipático

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                                        (foto tomada por mí desde el tren en marcha)                                                            
¿Cómo dudar de que los tiempos son otros -¡universalidad!- sobre esta sequerosa piel de toro, ¡limitada por mares sensuales!, en cuyo centro ¡ay! han de tenernos clavados nuestros pies? 

… ¡Antipático, desagradable, odioso; asensual “castellanismo necesario” de las pseudoartes españolas de hoy! ¡Abajo el arte feo! ¡Viva el arte agradable!”.


                                                            Juan Ramón Jiménez
                                                                                            24 de octubre de 1920

POLIANDRIA

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En la cadena francesa TV5Monde, pasan un documental sobre el Tibet. Sale un pueblito, con su monasterio budista, sus monjes y lamas y su Himalaya al fondo.

Creo haber entendido mal al documentalista, que habla en francés, sobre una conversación de fondo en la lengua local. Pego el oído: ¡es cierto! En esa aldehuela cultivan la poliandria. Todos los hermanos varones se casan con la misma y única mujer. Lo explica uno de los tibetanos sometidos al régimen poliándrico: es la manera de conservar indivisa la tierra, la casa, el rebaño de yaks y los ajuares…


Si un hermano de los míos, cualquiera de ellos, se casa con Scarlet Johanson, podemos hablar…

Tú, animal hembra, mujer de otro

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Preludio

Esta narración, que escribí hace algún tiempo, pertenece al género de auto-ficción, también llamado de auténticos recuerdos falsos.

He dejado correr la pluma, en parte para aislarme del tedio que me producen la política, la televisión o los periódicos. Y también para procurar a aquellas de mis lectoras que sientan parecido tedio, un motivo para transformar la diaria rutina en ruidosa carcajada. Esto último, sobre todo si están emparejadas con personas aburridas.

Ofrezco, gratis, alegorías eróticas y un pellizco de amarga ironía. ¡Ah! Y otra cosa mariposa: he tratado con esmero de ser yo quien quede peor parado en esta sátira moral. Nobleza obliga.

Finalmente os diré que las fotos, tomadas por mí, son de modelos profesionales.


(fotos propias)

Capítulo primero

Ella me gritaba en el restaurante El Covacho:

- ¡Quiero una puta o el Cartier!

No aseguro si el aullido era “la puta y el Cartier” o “la puta o el Cartier”. Copulativa o disyuntiva.

Estábamos bebidos. Decidí no terminar mi Grey Goose y tratar de llevarla al hotel. Se dejó ayudar, más o menos. Acompañé/llevé a Violante a su habitación, que era la 327. Pensaba desvestirla y darle mi bendición de buenas noches. Quedaban tres o cuatro horas para que su gente, la de su trabajo, la recogiera en el lobby del hotel. Se puso a acariciarse el sexo y me hocicó, gafas incluidas, sobre su coño húmedo y caliente. Hice lo que pude. Encendió el televisor y buscó un canal porno. Yo estaba de espaldas a la pantalla. Ella miraba de soslayo a un negro polludo que se la metía a una sueca, o lo que fuera, aquella puta rubia de la película pornográfica.

Se corrió, creo, y me fui a mi cuarto. El 423. Yo era su puto esclavo. Iba de acompañante, hombre-objeto o petimetre. Me daba igual. Estaba loco por ella. Hubiera sido su perro, si ello me permitía lamerla y olerla.

Por el día ella recorrió su territorio de ventas y yo compré lencería francesa en los almacenes de siempre. Mis llamadas a su móvil estaban restringidas. No podía recordar la talla de sus tetas para el sujetador. Tampoco la de sus caderas para el mini-tanga. Las conocía al tacto y de memoria pero no traducidas al sistema de tallas de la mierda europea.

Por la noche estaba cansada. O eso creía yo. Me chupó la polla a ratos intermitentes mientras hablaba por el móvil con Don Alfredo, el gran jefe. Yo pensaba: ¡qué leches de dignidad, si prefiero 5 minutos con ella antes que 30 años de vida, sin vida!

Ella quería ir a un cíber-café, pero fuimos a un par de restaurantes a comer y a beber. En todos ellos vendía y sonreía. Sonreía a los tíos y acariciaba a las tías. Yo bebía y me ponía burro como un soldado con pase de pernocta. Al día siguiente se volvió a su tierra. Me dejó tirado como a un caniche sin pedigrí. Fui al aeropuerto para despedirla. Quizás para siempre. Casi conseguí no llorar. Ella hablaba. Si yo metía media frase en su monólogo me decía: “no me dejas hablar…”

No admitía palabras soeces, salvo las que ella soltaba en la cama.

Decía que yo tenía llamaradas y ramalazos. Las primeras eran buenas, por inteligentes, los segundo malos, por…no me acuerdo por qué. Por vulgares quizá. Estoy enamorado. Hasta los tuétanos y menudillos y me importa un carajo lo que tenga que venir.



(foto del autor)

El primer domingo de aquel viaje sin retorno a mi mundo antiguo, me llevó a misa de una en la iglesia de San Francisco. Seguí la misa con atención, después de cuarenta años de abstenerme. Casi con fervor. Ella vestía de negro, de punta a cabo. Parecía la viudita de un capo siciliano. ¡Qué bella estaba! Llegar a viejo para enamorarse de una real hembra. Joven y casada. Y madre.

Me decía: “¡llama a tu amiga para que me coma el coño!”.

Mi amiga estaba en Madrid y nosotros en el quinto pino. La llamé. Llamé a mi amiga. Ella me arrebató el móvil:

- Alóóó?, soy Violante. Nunca he estado con una mujer. Las condiciones son: te pones un antifaz y, después, no sabes de mi más nunca.

Yo escuchaba. Me la ponía tiesa, en cada minuto y lugar. Y yo anciano y bebido.

- Tienes que comerme el coño con delicadeza. Como quien lame un helado de cucurucho. Cada labio de mi sexo. De cuando en cuando metes la lengua para adentro. Siempre tienes que tener la lengua relajada, no rígida.

Mi cerebro no entendía nada. Estaba fundido de amor y lujuria. Mi polla quería violarla en cuerpo y alma. Ella buscaba su placer veinticinco horas al día. No me dejaba hablar, ni decir tacos. Prefería mi lengua, inexperta, a mi polla, que tenía los cojones canosos por el humo de cien batallas.

Para lamerle bien el coño a una tía hacen falta unas cervicales de gimnasio.

Me duele el cuello, el alma y todos y cada uno de mis músculos, tendones, menudillos o lo que sean. Tendones, fibras. Memoria, entendimiento y voluntad me duelen también. El amor es una enfermedad y yo estoy en fase terminal.

(continuará...)

Tú, animal hembra, mujer de otro. Capítulo segundo.

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Preludio

Esta narración, que escribí hace algún tiempo, pertenece al género de auto-ficción, también llamado de auténticos recuerdos falsos.

He dejado correr la pluma, en parte para aislarme del tedio que me producen la política, la televisión o los periódicos. Y también para procurar a aquellas de mis lectoras que sientan parecido tedio, un motivo para transformar la diaria rutina en ruidosa carcajada. Esto último, sobre todo si están emparejadas con personas aburridas.

Ofrezco, gratis, alegorías eróticas y un pellizco de amarga ironía. ¡Ah! Y otra cosa mariposa: he tratado con esmero de ser yo quien quede peor parado en esta sátira moral. Nobleza obliga.

Finalmente os diré que las fotos, tomadas por mí, son de modelos profesionales.



(foto del autor)

Capítulo segundo

Quiero a Violante.

De vuelta a su tierra me manda un mensaje telefónico. Su amiga Alba le está comiendo el coño. Piensa que no me lo creo y me manda una foto por el chisme multimedia. ¡Qué amiga! Piel suave. Pido a Violante que me envíe urgentemente un mensaje-foto del chocho de Alba. Es rosa, tierno y dulce. Me masturbo en el parque que hay delante del hotel.

Cincuenta y dos años y mi elixir de amor que se desparrama por un jardín de flora tropical.

Si Violante me dice ven, lo dejo todo.

No me lo dirá, porque…es católica, apostólica y romana. Y por todo lo demás. Cuando se corre tiene cara de niña de quince años.

En un gran almacén, parece una estricta gobernanta inglesa. Me regaña: “tus padres no dirían esas ordinarieces”.

A mi me trastorna vestida de monja o de puta de la place Pigalle. Ya sé lo que les gusta a las tías. No es la polla, no. Es que la lengua de un hombre-mujer les coma dulcemente el coño.

El semen sirve para procrear y para transmitir el sida.

Yo sirvo para pagar pensiones a mis ex y, para entretener tertulias de viejas damas indignas. De victoria en victoria hasta la gran derrota final. Ellas dicen que el dinero es lo de menos. A mí me sacan hasta la hijuela. Pero sigo siendo un hideputa para todas las tías. Todas tienen agravios contra mí. Yo que soy un cartujo vestido de Façonnable.

Me dice Violante: “tú no estás enamorado de mí. Estás encoñado”.

Dudo si hay diferencia. Quiero vivir con ella y tener una hija con ella. No puedo garantizar qué sentiré dentro de 10 años, si estoy vivo. El amor es como los yogures, que tiene fecha de caducidad. Ella no habla de amor. Me dijo en un SMS: “eso se pasa”.

Yo no pregunto por su marido. ¡Faltaría más! No tengo celos de él, ni de Alba, ni de nadie. Tengo celos de mí, que soy un gilipollas, vestido de gilipollas. ¡Hace veinte años hubiera traspasado el código penal para llevarla a la fuerza a mi cueva! Agarrada por su hermosa cabellera color hoguera de leña.


(foto del autor)

Esta mujer es más que yo. Su cerebro, culo, tetas, caderas, piernas de corza y su voluntad irreductible me vuelven tarumba. No sé si soy adicto ni si lo mío es contagioso. Pero la quiero y la quiero y la quiero. Cuando vuelva a verla, en aquella casita blanca, me pienso morir follando, a ver si le creo mala conciencia. Que no culpa, que no existe ¡joder! Esta mujer es un extracto de todas las que he amado.

Violante se cachondea de mi forma de vestir. Si le digo: “pues esto es Marlboro Classics o Armani o Calvin Klein”, se mea de risa. Promete llevarme de compras y ponerme más potente. De apariencia, entiendo. Odia mis camisetas.

Su vello púbico es castaño, rizado y muy abundante. Y sedoso y con olor a romero.

Duermo a saltos. Cada despertar, sin ella cerca, es peor que el peor momento de mi vida. Las copas y nuestros bailes “cheek to cheek” en el jardín del Gran Hotel aún me marean de dicha. Se sentaba en la balaustrada de piedra y reía como una cierva blanca. Reía al verme bailar sin mover los pies del suelo. La salsa y las rumbas.

Es una diosa. Canta y baila con guasa y garbo andaluz. Cantar no me deja, que lo hago mal, como casi todo.

A la salida del concierto llovía y llovía. Fue cantando el bolero ese de las lágrimas negras todo el paseo marítimo. Y bailando. Los paseantes nos miraban con envidia y nos birlaban un taxi sí y el siguiente también.

En las cenas pedía media carta. Probaba el primer plato y ya estaba harta, decía. Luego se comía todo. Sabía beber, salvo cuado estaba agotada de ser sublime sin interrupción. En su trabajo era la reina.

Aparentemente trataba a su gente como a sus iguales, que no lo eran. Pero…ponía distancia.

Yo estaba de incógnito. Por primera vez el ilegal era yo. O sea, que no podía tocarla o llevarla del brazo en lugares potencialmente peligrosos. A veces me obligaba a caminar al revés. O sea, en dirección contraria a la suya.

En nuestro primer viaje, en habitaciones tan separadas como mi vida de la suya, yo no sabía si querría sexo. Hasta entonces nos tocábamos en el vestíbulo de su hotel de la capital, como dos cachorros del marqués de Casanova. Yo dejaba a Violante en el ascensor y me iba calle arriba tapando mi sexo duro con un folleto que mangaba en el mostrador del hotel.

En el primer viaje, en el primer día, que fue el domingo de la misa, ya hubo sexo; el sexo más bello que he tenido. El primer día o el segundo, que no puedo asegurarlo, porque no recuerdo sino a ella, su dulzura, su malicia y su pureza para transgredir las normas.

“¿A qué no te crees que Alba me está comiendo el coño?”.

Claro que yo la creía. Violante es capaz de fundir lo que queda de la Antártida con la punta de su lengua. En un plis-plas.

El animal más bello del mundo no fue Ava Gadner. Mentira podrida. Es ella.

Ella es austera. Viste de Zara o así y no lleva joyas ni vainas de esas. Prefiere un buen vino y que le comas el coño. Ahora, también quiere mujeres.

Reza cada noche y cada mañana. Duerme dos horas y sigue siendo la mujer diez.

Una vez me sacó tarjeta amarilla. Pero yo pensé que era la roja y casi la palmo. Tres larguísimos días duró la sanción. Resucité con un SMS que me mandó desde Munich: “mi avión llega a las 22:45. Si quieres…”

Contesté al vuelo: “tengo fiebre pero allí estaré”


(continuará...)

Tú, animal hembra, mujer de otro. Capítulo tercero.

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Preludio

Esta narración, que escribí hace algún tiempo, pertenece al género de auto-ficción, también llamado de auténticos recuerdos falsos.

He dejado correr la pluma, en parte para aislarme del tedio que me producen la política, la televisión o los periódicos. Y también para procurar a aquellas de mis lectoras que sientan parecido tedio, un motivo para transformar la diaria rutina en ruidosa carcajada. Esto último, sobre todo si están emparejadas con personas aburridas.

Ofrezco, gratis, alegorías eróticas y un pellizco de amarga ironía. ¡Ah! Y otra cosa mariposa: he tratado con esmero de ser yo quien quede peor parado en esta sátira moral. Nobleza obliga.

Finalmente os diré que las fotos, tomadas por mí, son de modelos profesionales.




(fotos del autor)

Capítulo tercero

Reservé mesa en la casa de comidas de siempre. Ahora no voy nunca a ese restaurante, cuyos precios son exorbitantes y cada día se come peor. Hablo de La Trainera, en Madrid. Si algún curioso lector/a, aficionado a la gastronomía, desea conocer el desastre y naufragio del otrora famoso restaurante La Trainera puede satisfacer su curiosidad leyendo mi crítica en el enlace siguiente:




Como el avión se retrasaba, llamé a Marcelino para que nos guardara unos langostinos, una ensalada y un par de lenguados.

Violante apareció preciosa y contenta. La llevé hasta su hotel y repetimos idilio de portal, pero esta vez no merecí castigo arbitral. Su rodilla entre mis muslos es legal. La mía entre los de ella, no: “eso lo hacemos las chicas, no los hombres”.

Estoy dispuesto a obedecer, incluso si decide meterme un paraguas por el culo y abrirlo luego. “Si muero queriéndote, qué muerte tan bella…” -pienso/digo-.

Al siguiente día, en Zalacaín, restaurante de nombre barojiano donde los haya, contradijo al sommelier number one de España, que es mi amigo Custodio Zamarra, en sus juicios sobre todos y cada uno de los vinos del menú de degustación. Y el caso es que llevaba razón Violante.

Hallo más placer en untar bien a fondo todo su cuerpo con la crema Nivea que el que me han proporcionado todas las mujeres, juntas, que he amado en mi vida.

Le gusta que le propine una buena sesión de shiatsu. Se pone en forma y pide guerra. Así ocurrió un día completo de cama. Sexo - shiatsu - sexo. ¡Qué bella combinazione!

En la película póstuma de Robert Altman el personaje “Mujer Peligrosa” resulta ser un sexy ángel de la muerte. ¡Ay de mí! Igual he topado con el ángel exterminador.

Mi problema no es tanto el hecho de que, cada minuto del día, sólo puedo pensar en ella. Tampoco la circunstancia de que no puedo arrancar de mis adentros su imagen, su ritmo, su sensualidad. No. El daño serio es que me he enamorado como un poliedro. O sea, que todas mis facetas, mis caras, se han enamorado de ella. Desastre total. Estoy al borde del abismo. Aviso a los barcos pesqueros y a la navegación de cabotaje: peor, imposible. He pasado del absurdo al caos. De una situación grave a otra desesperada.

Este servidor había practicado pocas veces la famosa postura llamada sesenta y nueve. Es grato, menos violento que la cópula, más solidario. Me gusta su clítoris, pequeño y sabio.


Ella es inteligente, que no intelectual. Valiente y fuerte. Ahora está un poco bollaca, pero no tengo celos. Prefiero que ande con tías y no con machos tontos del culo, que eso es lo que somos. Su cepillo de dientes tiene las cerdas desgastadas. Tengo que decírselo. No está operativo.

Me enternece su modo de caminar, cuando vuelve de trabajar al paso cansino de su diario trajín. Sus botas medio camperas son para caminar, no para andar sobre moquetas. Se entrega a su oficio con la pasión de una adolescente esclava del Sagrado Corazón.

En la cama se vuelca, pero exige más aún. Todos los mimos y remimos son pocos para ella. Necesita, por lo menos, un hombre a tiempo completo. Y a un suplente de categoría.

Apostamos con frecuencia. El perdedor se come el sexo del triunfador. Yo pierdo con fruición, dejando aparte la cuestión del amor propio.

Nunca he querido, con pleno y libre consentimiento, tener un hijo mientras he follado. Ahora, cuando lo hago con Violante, deseo fervientemente dejarla embarazada. Así lo siento y así lo cuento.

Su cartera de mano, la que lleva al trabajo, es de colegial. Dentro van papeles que encuentra, o no. La grapadora y el papel cello no aparecen. La quiero. Su bolso es un pozo sin fondo, una caja de Pandora. La quiero.

Su maleta, con ruedas, pesa el triple que la mía, pero en ella cabe la mitad. Quiero a Violante.

Ella y yo usamos constantemente la misma barra de cacao para los labios. Amo a esta criatura que Dios me ha enviado para volverme loco. ¡A estas alturas del partido!

Esta mañana, por primera vez, me ha dicho que me quiere. Tres veces. Huelo a sacramento de la confesión después de pedirme, y yo aceptarlo, que no tengamos sexo en un tiempo sin definir. La quiero a ella entera, no por partes. Si no hay folleteo, no pasa nada. Quiero que sea la última cara que yo vea en mi funeral.

Insiste: “¿te has apuntado ya al gimnasio y a natación?”.

Estoy en ello; el asunto es levantarse a diario para ir a mover el esqueleto, sin tocar un poco su culo y besar mucho su boca y sus tetas y su fafariqui.

Vivir sólo es malo para el colesterol. Estar loco de amor perjudica la tensión arterial. Yo padezco de ambas vainas. Pero me llama por teléfono y parece que no me ha olvidado…

Cuando subes al dormitorio de una tía, normalmente te dicen:

“Aguarda, voy a pasar al baño”.

Ella no. Huele a campo, a dehesa, a pámpano, a flor de pitiminí. La ducha no le aporta nada. Ni antes ni después. No huele a la mierda de olores químicos, de champús de detergentes y drogas de multinacional… La quiero y muero por sus huesos. Por los huesos de sus ronquidos.

Me llama. Como de pasada, me cuenta que el domingo último, el siguiente al de nuestra primera misa juntos, se ha confesado. Se confirma mi impresión intuitiva.

- Padre, es que estoy como el vino, fermentando -dice Violante al intermediario divino en este mundo.

Cuento a mi niña que el día viernes pasado, después de dejarla en el aeropuerto, cené en el hotel, con una botellita de Mauro 2004. Me dice:

“Y yo ahorrando para casarnos”.

¡Ojalá fuera verdad!

Hoy está en la viña terminando la poda. Cuando toca mi turno y puede atenderme, oigo su voz de diosa de dehesa:

-Buenos días “Hosé” (aspírese la “h”). Buenos días “Migué” (sin “l”).

(continuará...)
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